Dec 10, 2008

Puertorriqueño condenado a muerte injustamente defiende la vida


San Juan, (EFE).- Aunque más que vivir, en la prisión estatal de Starke, en Florida, donde Meléndez ingresó en 1984 y de la que salió el 3 de enero de 2002, se sobrevive, si acaso, por el "amor" fraternal que surge entre los condenados, que se prestan "el hombro para llorar" y que "se cuentan los más íntimos sentimientos".

Pero "lo peor de estar ahí dentro es cuando ejecutan a una persona, con la que uno ha estado tantos años y que se ha convertido en un familiar. Primero se siente el zumbido de cuando cargan de electricidad la silla eléctrica y uno sabe el momento preciso de la ejecución porque se apagan y parpadean las luces".

También se echa de menos a la familia que no está, "especialmente en estos tiempos de Navidad uno necesita más el calor familiar", recordó Meléndez, hoy con 57 años de edad y que al ser condenado rompió la relación con la compañera con la que tenía tres hijas "para que ellas no pasaran por ese sufrimiento".

Meléndez se reencontró con sus hijas "cuando eran grandes y no sabían lo que había pasado" y entonces conoció a sus seis nietos.

Ahora vive en Nuevo México, dedicado a dar charlas contra la pena de muerte.

Pero si las familias de los condenados sufren, también padecen ese sufrimiento los abogados: "yo he tenido más de doce y también es muy duro para un abogado cuando te dice que ya no puede hacer mas nada, que te van a ejecutar".

Durante su estancia en el corredor de la muerte le permitían salir al patio cuatro horas a la semana "si no llueve, pero (los guardias) no necesitan un pretexto para no sacarnos y conque haya una nubecita en el cielo no salimos ni eso".

En el interior, "uno se comunica sacando los brazos por los barrotes con un espejo, yo no sabía ni escribir ni hablar inglés, ellos (los otros presos) me enseñaron, también aprendí leyes".

Con otro condenado "jugaba al ajedrez sin vernos las caras, para mover las piezas nos pasábamos los números del tablero".

Meléndez fue responsabilizado de la muerte de un empresario en base al testimonio de dos testigos que declararon en su contra, "todo fue una habladera, a uno le dieron 5.000 dólares de recompensa y otro negoció dos años de probatoria".

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